Después de haber sobrevolado la tarde anterior el Okavango y aun impactados por la experiencia hoy tocaba ver el delta desde abajo, por el agua y la mejor forma de hacerlo es en mokoro, una canoa típica de la zona, que antiguamente se fabricaba en madera aunque las más modernas ya se realizan en fibra de vidrio.
EXCURSIÓN Y SAFARI PARA VER EL RIO OKAVANGO
Contratamos la excursión de día entero (8 horas) con el mismo camping en el que nos alojamos The Old Bridge Backpackers, el precio de 770 pulas por persona, hay también excursiones de 2 y 3 días.
Nos recogieron en la recepción del hotel a las 08:00h para montarnos en el 4×4 que nos llevaría al embarcadero donde cogimos una lancha rápida que durante unos 20 minutos nos llevo por un canal del delta bastante ancho. Este trayecto es bastante divertido con la lancha dando saltos por el agua pero con bastante frio a esas horas de la mañana (no hay que olvidarse de una chaqueta). En el camino nos cruzamos con cormoranes, garzas, águilas calvas y también con pequeñas poblaciones agrícolas. En el segundo embarcadero se encuentran los mokoros, en cada uno de ellos pueden sentarse dos personas y el barquero que se queda de pie en la parte de atrás de la canoa. Esta zona del delta tiene muy poca profundidad y está llena de vegetación y preciosos nenúfares. Justo al salir del embarcadero uno de los más famosos habitantes del delta salió a saludarnos, un enorme hipopótamo.
Recorrimos durante unas dos horas los canales, cada vez más estrechos, entre el sublime paisaje y el silencio, solo roto por los juntos chocando contra el mokoro y el paso de algún ave. Lo que mejor puede definir este momento es, tranquilidad, una ruta casi mística en la que poder disfrutar de la naturaleza, algo que sorprende si nos paramos a pensar donde nos estamos adentrando, en el delta del rio Okavango, hogar de hipopótamos, cocodrilos, elefantes, etc.
Cuando ya nos habíamos adentrado lo suficiente en el delta paramos en una de las islas, dejando el mokoro amarrado a un árbol. Nuestro guía nos dio una serie de pautas a seguir durante el trekking para evitar “sustos” con algún animal. Comenzamos a andar en fila de uno, en silencio, hasta que encontramos un rastro de excrementos de elefante que hacían evidente su presencia en la zona y no hace mucho tiempo. Y así era, en una preciosa llanura apareció un enorme elefante africano macho refrescándose con el agua que cogía con su enorme trompa, una imagen de postal. Nos quedamos un largo rato observando el animal, a unos 15 metros, este no se percato de nuestra presencia porque el viento nos venía de cara hasta que cambió y se fue lentamente, desapareciendo entre la naturaleza.
Continuamos andando bajo un sol de justicia, buscando más rastros, pistas que seguir, que nos guiaran hacia algún otro animal, pero ellos nos encontraron antes a nosotros. Cientos de antílopes se sobresaltaron al vernos y echaron a correr, a lo lejos una manada de elefantes, de unos 10 miembros, nos miraban recelosos de nuestros pasos. Los facóqueros, menos miedosos, se quedaban a unos pocos metros. Al rato, cerca de una estrecha senda, encontramos otros dos elefantes machos, jóvenes, por ello nos acercamos bastante hasta estar a unos 5 metros, nos miraban con inofensiva curiosidad.
Iniciamos la vuelta hacia los mokoros entre “montañas de hormigas” (impresionantes construcciones de varios metros de altura que realizan las hormigas) y cientos de conchas marinas en el suelo (hace millones de años esta zona estaba bajo el mar).
Al llegar a las canoas nos comimos el pick nick que nos tenía preparado el guía y que estaba incluido en el precio de la excursión. Descansamos un rato, bajo la agradable sombra de un árbol mientras contábamos anécdotas de otros viajes con el guía, ávido de conocer cualquier cosa lejana a ese delta del que nunca se había salido a sus 33 años.
Al iniciar el camino de vuelta nos cruzamos con otro local que nos “chivo” la presencia de un grupo de hipopótamos cerca de donde estábamos. Después de insistir mucho al guía (que les tiene un razonable miedo atroz) lo conseguimos convencer y hasta allí fuimos. Había, al menos, 9 enormes ejemplares, repartidos en dos grupos, en una laguna de unos 20m2. La fama agresiva de estos animales hace que les tengan autentico pavor y que no se acerquen ni lo mas mínimo a ellos y menos a un grupo tan grande en un zona tan pequeña. Aun así nos quedamos un buen rato observándolos, a cierta distancia, con nuestro guia preocupado por si venia un «hipo» por debajo del agua y volcaba la canoa.
Volvimos por los estrechos canales, ahora entre el ruido atronador de los insectos y el calor sofocante, hasta el segundo embarcadero, donde dejamos el mokoro y nos despedimos de nuestro guía. Aprovechamos para hacer una rápida visita al poblado donde viven, al lado del rio.
De vuelta, en el camping, el atardecer africano despide un día perfecto, adentrarnos en el Okavango para descubrir sus secretos en primera persona es algo que difícilmente olvidaremos.
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