Solo a mí se me ocurre estrenarme como motorista en Bagan… aquello de que eran motos eléctricas me daba confianza, parecen más inofensivas, tente tanta confianza que conducía distraída como si fuera por las calles de mi pueblo.

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Tras ver un impresionante templo tras otro las motos de los compañeros empezaban a flojear de batería, pero la mía que solo tenía que soportar mis 44kg y los pocos más de mi amiga nos llevaba en a la pole position parada tras parada, incluso ya bien entrado el día tuvimos que hacer de coche escoba y recoger a otra amiga que se había quedado en el camino.

Y tan felices íbamos las tres en una moto eléctrica por Bagan, de vuelta al Hotel a recoger y recargar baterías. Y llegamos al cruce de entrada a la ciudad, derecha o izquierda, 50% de probabilidad. No se que le paso al GPS interno que fuimos a la izquierda, dirección incorrecta. El nivel de la batería bajaba a un ritmo alarmante mientras hablábamos las tres (recuerdo que montadas en la moto) sobre lo largo que se nos estaba haciendo el camino de vuelta cuando….¡¡zas!! Reventamos la rueda de atrás. El posible accidente no fue tal porque íbamos a la escalofriante velocidad de 20km/h pero nos quedamos tiradas en medio de la nada, con 45º de temperatura, con un sol resplandeciente y sin ni una gota de agua que llevarnos a la boca.

Paramos al primer humano que vinos, pedimos al chaval  que nos ayudara a llegar a algún sitio donde llamar por teléfono y sobretodo donde comprar agua. El chico llevo a mis dos amigas en su moto y yo, llanta en asfalto, les seguí hasta un puestecillo en el borde de la carretera. Allí compramos agua caliente, muy caliente, pero sacio nuestra sed, pero lo que no tenían era teléfono. A los 5 minutos de estar allí ya habían parado 5 coches para ayudarnos y al final una familia nos monto (moto incluida) en su furgoneta. En la parte de atrás mis dos amigas, la moto, una abuela entrañable y las hijas del señor que iba delante conmigo y su mujer, que no dejaba de sonreírme e intentar tranquilizarme cogiéndome de la mano, aunuea yo realmente no estaba nerviosa, es más, me parecía hasta divertido lo que nos estaba ocurriendo. En aquel puestecillo nos dijo el tendero que solo estabamos a 2 km del Hotel pero se estaban haciendo muy largos hasta que llegamos a un peaje… eso seguro que no lo habíamos pasado antes, vamos antes y jamás en la vida. Volvimos a preguntar, esta vez a los trabajadores del peaje y nos confirman que estamos a 40 minutos en coche y que ibamos en dirección contraria… ¡hemos estado alejándonos todo el rato! Y claro, allí nos quedamos las tres y la moto.

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Finalmente, un grupo de chicos llamaron desde su teléfono (por fin alguien tenía) al Hostel para que vinieran a buscarnos, estos chavales nos hicieron compañía hasta que llego la furgo, el conductor con cara de pocos amigos subió la moto y a nosotras mientras  protestaba en birmano.

Al llegar al Hostel, el resto nos esperaban con los brazos abiertos y las cámaras encendidas para inmortalizar el momento. La aventura fue inolvidable, el calor, el rueda, el momento “¿dónde estamos?” y “¿qué hacemos?”, realmente todo fue  excitante. Y una vez más pudimos comprobar  la gigantesca amabilidad de las gentes birmanas. Perderse en Bagan es algo realmente especial.

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